La llegada de las musas y la danza de dos opuestos...

Me he dado cuenta del miedo que se cierne sobre mi mente, y, por qué no, sobre mi corazón. Miedo que va acumulándose como las nubes en este cielo, tornándose grises, llamándose entre ellas, atrayéndose unas a otras para anunciar con su canto lloroso que se avecina una tormenta. Miedo de todo y de nada, con razón y sin fundamento, miedo hacia todo, todos, pero especialmente miedo a mí misma. Me sorprendo a veces, y para llevarlo al tema que está más próximo ahora mismo: miedo a escribir. A plasmar ideas genuinas en un papel, eso que es tan íntimo y personal, tengo miedo de hacerlo como dicta mi espíritu y no mi razón, la cual me tiene en la mira y me ha hecho tachar ya un par de frases que desentonaban con el texto. La Razón es vanidosa y no tolera la falta de coherencia. Pero al fin y al cabo, ¿coherencia con qué? ¿para qué? o debería preguntar ¿para quién? ¿No es ese el motivo por el cual siento una inexplicable turbación al momento en que mis dedos tocan la pluma y la tinta roza el papel? El incomprensible temor a dejarme embriagar por el éxtasis de las musas (cuando vienen) y dejar de tachar cada maldita palabra.

Todo me lleva a pensar, que la causa por la que me empeño a corregir con tanto ahínco cada uno de mis pensamientos es porque hace tiempo que dejé de escribir para mí. ¿Para quién escribo entonces? ¿Padezco acaso de aquella terrible enfermedad, esa emoción febril de esperar paciente la aprobación de cada letra y cada punto? He pensado incluso que ya ni pienso para mí, no enteramente, como si el lenguaje dejara de traducirse en palabras y volviese a su origen, un origen tal vez imaginado, en donde los labios permanecía callados, y aún así, las mentes, las almas, los cuerpos, los corazones, hablaban.

Sin embargo, no todos mis tachones son órdenes de la Razón. Incluso a veces, muchas veces, me he atrevido a desobedecerla; algunos son más bien el resultado de mi impulsividad, el castigo por mi imprudencia, pero hay palabras que no pueden ser tachadas. El papel pierde su belleza, su inmaculada blancura, incluso la tinta se desgasta indignada cuando una palabra atrevida es fugazmente acallada. Pero la Razón no me hace sufrir castigo alguno, porque sabe que luego volverá su ley a tener el control en este juicio de desconocido origen. Simplemente sonríe y observa atenta, mira como me creo el teatro de la inspiración repentina y arranque de pasión como un movimiento de rebeldía y no como designios de su propia voluntad.

Parezco divagar, pero me rehúso a creer aquello. Ahora, reflexionado en ello, escribir es volcar el alma, es precisamente dejarse seducir por el dulce efluvio de la pasión desbordante, escondida, que parece avivarse, estallar cual volcán en erupción con un simple roce a medida que aumenta el conteo de palabras. ¿Por qué miedo? ¿A eso temo, a volcar mi alma? ¿Por eso los tachones, las palabras excesivamente engalanadas, las analogías aderezadas y las acotaciones alrededor, que dicen mucho pero aclaran poco?

Lo veo de la siguiente manera; mi mente inquieta se acalla durante un instante, y mi alma atenta escucha el débil repiqueteo de los tambores, a lo lejos, como acercándose tímidamente, lentamente. Siente el ritmo vibrar en cada rincón de su ser, y poco a poco se deja llevar. Luego se une el sonido de los ecos ancestrales, voces que la llaman a unirse a la misteriosa danza. Las musas llegan bailoteando y clamando poemas, el alma baila con ellas, se mueve al compás de la música y los cantos, y embriagada de aquel singular espíritu vital, se inspira. En ese momento yo tomo mi pluma, deseosa de participar de la fiesta, de hundirse en la tinta como si fuera vino y cantar con cuerdas desentonadas la furia de sus pasiones. Entonces mi mente sale del trance y da la señal de alerta; la Razón no gusta de unirse a la algarabía. Pero baila, baila en una especie de contrapunteo con su otro yo. Haciéndolo retroceder, sometiéndolo a su látigo de ensueño. Y yo espero y observo callada, como esperando a que mi pluma se mueva y me diga qué escribir.

¿Miedo a qué?

No siempre vence la Razón. Su yugo, cadenas auto impuestas se ven rotas por sus propias condiciones. Después de todo, también ella sabe bailar.

Comentarios

Esto es insoportablemente absurdo, Alicia Zapata. :)
Leo H'nandez dijo…
Sencillamente hermoso ♥
Ginna Ginny. dijo…
Que ciertas me resultan esas líneas. ¿Será que todos tenemos miedo?

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