De lo sentido.

Hablo mejor cuando estoy sola.
Hablo
o quizá no.
Hago gárgaras de palabras,
y luego, en lugar de escupirlas,
me las trago
saboreándolas en la punta de la lengua; aquel músculo maravilloso,
para luego otorgarles su significado,
recitarlas solo para mí.
Levanto luego el dique salivoso de la timidez
y la vergüenza,
y una vez que fluye la corriente de letras,
de sílabas, de puntos,
ahora que ha aprendido a acelerar
-a cobrar agudez-
es difícil de contener.
Y ahí el flujo se da a sí mismo el nacimiento y la muerte,
es y no es; las cenizas del fénix.
Y por más que trago, no consigo dar significado
a cada sílaba, a cada letra, a cada punto.
Sigo sola.
Hablo,
o quizá no.

Hablo mucho y oigo...
sí, percibo
ruidos, sonidos informes,
aleteos apresurados.
Sin embargo, escucho cuando estoy contigo
porque contigo hablar y escuchar son momentos hermanos
figuras armónicas, flexibles,
como el fuego del de Éfeso,
mellizos antagónicos danzando,
descubriéndose, doblegándose,
conformándose, constituyéndose.
Haciendo-se.

Sé que te escucho porque no hablo.
Y aunque mi garganta fuese muda, hablo.
Y aunque mis oídos callados, escucho.
Porque uno es el momento cumbre del otro,
y cuando yo termino de escuchar, tú comienzas a hablar.
Soy el silencio, y tú la melodía.
Soy tu final, y tú el mío.
Hablamos de términos, ¿no lo ves?
Comprendiéndose, determinándose,
Cuando tú hablas y yo callo;
la lengua dilatándose, bombeando sangre;
todo nervios y saliva.
El oído agudizándose;
ecualizando, refinándose
tocándose,
siendo sentidos, propiamente,
verdaderamente.





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