Primer delirio

I.

Soy aún la niña que se mira en el espejo y se deja caer en las cavidades, la que juega a hallar las caras de las caras, la misma cara, la otra cara de todas las monedas, la que no se halla fija en un punto en el tiempo, en el espacio, en el sueño, la que traza curvas que se encuentran inevitablemente tejiendo nudos, recovecos, madejas, rizomas, la que se pierde en madrigueras, meandros, caracoles, pero desea asir la solidez de la línea recta, la ilusión de permanencia; la que se pregunta sobre la memoria y las inconveniencias de construir el vacío cada noche y destejerlo cada mañana, la que desamortaja, la que destaja, la que taja, la que se hace un ovillo de tanto reabrir las grietas, que no se cansa de regar las plantas pero se hace la indiferente a la necesidad de asumir el reflejo, de pulir las llagas, de quitarse los zapatos y desencajar, desenterrar, desentrañar lo que queda, las cenizas, los sollozos.

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