Sin título IX

Dime
¿qué hago con esta impaciencia de querer salir a la superficie?
¿qué con esta ansiedad de respirar algo más que no sea este aire derrotado,
estos suspiros caducos, estos sueños mohosos, cansados?
¿Acaso debo abandonar esa rutina;
dejar de abrir la ventana para orear los deseos,
dejar de sacarlos de la caja para que se refresquen?
¿Cesar de intentar resucitarlos con un aliento ajado,
que no es más que el eco fatigado de un tal volver a nacer?
Dime sin titubeos ¿será que la aurora no llega, que no llegará nunca?
-la disolución de los límites y las fronteras fundiéndose
en una borrasca de colores
de dolores
de oscuridades-
¿Será que la agonía es más corta que la espera?
Al final, la humedad subterránea es más acogedora
y las sombras usan tan solo la máscara del embuste.
Pero encadenan duramente, sí, y marcan la piel, como la rutina.
Dime, debe ser así ¿no?
Capaz y no queda más que sacarse los zapatos
e hincar los pies en la tierra,
perforarla con los dedos, con las ganas,
con las resignaciones y atravesarla,
desnudarla hasta su núcleo
enterrar en ella -jadeando-, lo que queda,
los sollozos.
Tal vez sepultando todo puedan darse vida, nuevamente
Tal vez entonces pueda hacerlos renacer
vigorosos, conquistadores de temores
dispuestos a darse a sí mismos una nueva forma.



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